Os traigo una nueva entrega que tiene como protagonista esta mágica dualidad: Cuando el consumidor compra por emoción y justifica por razón.
Recupera esta posible imagen del pasado: has ido de compras (físicas o digitales) y te has dejado llevar por algún estado emocional.
Tras ello, pasado un tiempo prudencial, es posible que te preguntes a ti mismo por qué has comprado lo que has comprado y empieces un interesantísimo diálogo interno.
Lo normal es que apoyándote en tu razón, busques internamente aquella o aquellas justificaciones que te permitan alcanzar un estado de tranquilidad más o menos sosegado, aunque incluso no termines de autoconvencerte del todo.
En los momentos de la verdad, es decir, en los momentos de decisión de compra, es muy probable que cualquier estado emocional que trabaje la marca en la que te has fijado pueda convencerte de forma irracional.
Algo relacionado con esto lo vimos en este post anterior que te recomiendo leer: Packaging impulsivo de productos enfocados a niños.
Existen muchos estados emocionales que bien trabajados y enfocados hacia un producto o servicio provocan e incitan a la compra inmediata, que puede tener diversos matices, como te cuento en este otro post anterior: Diferencia entre compra racional, impulsiva y sugerida.
También es muy importante destacar cómo en ese proceso racional tras una compra irracional, podemos sentir internamente un estado que también resulta tremendamente interesante: el sentimiento de culpa.
Lo cierto es que desde el punto de vista de una marca resulta espectacular poder comprobar cómo se puede lograr convencer a un consumidor objetivo vía emoción e irracionalidad en lugar de vía razón y racionalidad.
Incluso con aquellos consumidores más previsores y precavidos es posible tener la oportunidad de convicción emocional, ya que el ser humano nunca está tan preparado como cree para que cualquier tipo de entorno sea capaz de seducirle.
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