Una ciudad se compone de infinidad de elementos que cada día interactúan entre sí, pero hay algo en las ciudades que las llena de alma: las personas. La emocionalidad en las ciudades depende directamente de las personas.
Primero de sus ciudadanos y ciudadanas, de quienes día a día escriben la historia de la ciudad y marcan la pauta a seguir en ella. Después de sus visitantes, bien sea por trabajo, por ocio, por turismo o por cualquier otro motivo.
Cuando hablamos de personas, hablamos de emociones y en las ciudades hay espacios rebosantes de ellas. Rincones en los que transcurre la vida donde los sentimientos surgen, recorren las calles y provocan decisiones.
Cuando visito una ciudad me encanta intentar captar los rasgos emocionales de las personas que allí viven y conviven
A partir de ahí comprobar cómo interactúan con los espacios, como sienten su pertenencia al lugar, cómo trasladan su opinión acerca de su ciudad a quienes la visitan, etc.
En definitiva, me encanta saber cuál es la percepción que tienen las personas que pertenecen a una ciudad y cómo eso influye en el entorno urbano en el día a día. Las emociones fluyen, lo queramos o no, en su forma positiva y negativa. Están ahí, aunque sean tremendamente intangibles, para que aprendamos de ellas y sepamos ser capaces de interpretar nuestro pasado, vivir nuestro presente y proyectar nuestro futuro.
Todos estos insights forman modelos de ciudad, crean una identidad propia y transmiten innumerables sensaciones internas y externas. Éstas serán reinterpretadas a su vez por los propios ciudadanos y quienes visitan la ciudad. Qué sencillo, a la vez que complejo.
La emocionalidad en las ciudades es una ciencia inexacta, imperfecta e inconclusa, pero es bella, atrayente y sugestiva. Al fin y al cabo es lo que determinará a una marca ciudad su leitmotiv.
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