Hace unos días escuchaba en Cadena SER una tertulia sobre aburrimiento versus actividad.
Los contertulios señalaban como la inmediatez decanta la balanza, en general, hacia a actividad.
Esto supone que tenemos menos tiempo para aburrirnos. Y, contrariamente a lo que se piensa, el aburrimiento no es malo.
Cuando nos aburrimos nuestra mente, casi sin querer, piensa. Aunque pensar a veces puede resultar doloroso.
Nuestro día a día, lleno de actividad, reduce los tramos de aburrimiento
La inmediatez del momento es clave en la reducción de los tiempos en los que nos sentimos aburridos.
Tenemos tantas cosas que hacer y tantas cosas en las que entretenernos que aburrirse se ha convertido en un auténtico lujo.
Si seguimos la cadena, como comentábamos antes, el tiempo de aburrimiento se ha reducido y, por tanto, el tiempo para pensar también.
¿Pensamos menos que nunca? Es posible. ¿Nos repercutirá a largo plazo? Estoy seguro que sí.
Sin embargo, todavía existen momentos de aburrimiento que podemos aprovechar, porque a veces necesitamos desconectar de toda esta vorágine.
La intensidad de la actividad diaria desemboca en ocasiones en querer desconectar. El asunto es si, de verdad, conseguimos desconectar.
Ahí tenemos otro dato interesante: el tiempo de desconexión forzada también se está reduciendo. ¿El motivo?
Nuestra mente sabe perfectamente que tiene a su alcance demasiadas distracciones. Internet es una de ellas y, además, muy voraz.
También, por otra parte, nuestra mente sabe que el circuito de tareas cotidianas está siempre al acecho.
Demasiada velocidad de procesos. Es ahí donde el aburrimiento está perdiendo la partida. Y, repito, aburrirse de vez en cuando es muy nutritivo.
De hecho, en esos periodos de aburrimiento, la creatividad espontánea tiene una gran oportunidad para poder dar a luz ideas inusuales e inesperadas.
Te invito a leer este post anterior sobre este concepto (clic aquí para leer).
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