En el día a día de nuestras relaciones, ya sea en el trabajo, con amigos o en la familia, nos enfrentamos constantemente a situaciones donde no estamos de acuerdo. Esto es natural. Sin embargo, lo que marca la diferencia en cómo se gestionan estas diferencias no es la habilidad para argumentar o exponer puntos sólidos. Es la forma en que elegimos responder ante el desacuerdo. La mayoría de nosotros hemos caído en la trampa de tratar de convencer a los demás con hechos, lógica o debates acalorados. Pero, ¿qué pasa cuando, en lugar de discutir, se acepta estar en desacuerdo y luego jugamos nuestra carta de manera estratégica?
Cuando alguien siente que su opinión o creencias están siendo atacadas, lo más común es que se cierre, levante barreras y se mantenga firme en su posición. Esto ocurre porque las creencias, especialmente aquellas que hemos mantenido por mucho tiempo, forman parte de nuestra identidad. Desmantelarlas, o siquiera cuestionarlas, se percibe como una amenaza a quiénes somos. Por eso, el primer paso para influir en la mentalidad de otra persona no es el enfrentamiento, sino la comprensión.
Aceptar el desacuerdo no significa renunciar a nuestra propia perspectiva, ni mucho menos validar ideas con las que no comulgamos. Es más bien una táctica psicológica para evitar el choque directo, ese que activa la defensiva y bloquea cualquier posibilidad de diálogo constructivo. La clave está en mostrar empatía genuina: «Entiendo por qué piensas de esa manera», «Puedo ver el sentido en tu razonamiento». Al hacer esto, creamos un espacio donde la otra persona se siente escuchada y validada, y esto, en lugar de endurecer sus creencias, baja las barreras.

Una vez que has establecido ese terreno común, es momento de jugar tu carta, pero con suavidad
Aquí no se trata de imponer, sino de sugerir, de plantar una semilla que, con el tiempo, pueda germinar en la mente de la otra persona. En lugar de decir «estás equivocado», podemos hacer preguntas o proponer alternativas que inviten a la reflexión. «¿Y qué pensarías si…?», «¿Te has planteado alguna vez…?». Estas preguntas no son de confrontación, sino curiosas, y tienen el poder de llevar a la persona a un punto donde ella misma pueda empezar a reconsiderar su postura.
Esta técnica evita la confrontación directa y juega con una dinámica interesante del comportamiento humano: nos gusta creer que llegamos a nuestras propias conclusiones. Cuando sentimos que hemos sido los arquitectos de nuestras propias decisiones, las defendemos con más fuerza. Por ejemplo, si hemos decidido jugar a un casino, como Casino777, debemos hacerlo con toda nuestra convicción. Si logramos que la otra persona sienta que la nueva idea es, en cierto modo, suya, hemos ganado mucho más terreno que si hubiéramos impuesto nuestro punto de vista de manera directa.
Aceptar el desacuerdo es una forma de respeto. Nos permite reconocer que el otro tiene una experiencia de vida distinta y que ve el mundo desde su propia perspectiva. También, aunque no compartamos su visión, podemos entender cómo llegó allí. Desde ese lugar de respeto y empatía, el terreno está preparado para un intercambio de ideas mucho más fructífero.
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