Capítulo 11 de un libro maravilloso. Corto, intenso, provocador. Así es cada uno de estos capítulos. Hablemos sobre El Principito y su magia aplicada al marketing (12).
La vanidad hace acto de presencia a través de un personaje: el vanidoso. Los vanidosos no oyen sino las alabanzas. Todos somos en alguna ocasión ciertamente vanidosos, lo importante es serlo verdaderamente en muy pocas ocasiones.
En el mundo actual, tan digital, caer en la vanidad es tremendamente sencillo. Pues ver cosas tan ridículas como que alguien se vanaglorie de tener 90.000 seguidores en Twitter mientras que sigue a otros 90.000. Muy meritorio, felicidades. Es para hacérselo mirar, de verdad.
Ser vanidoso es una opción
No es nada malo, cada uno elige las que cree que son sus mejores opciones. Puedes basarte en tenr un índice klout interesante y que puedes mostrar a diestro y siniestro en tu red o basarte en hitos con tus clientes o con tus alumnos, lo que seguramente será menos visible. Se trata de elegir.
La red, sin darnos cuenta, nos vuelve vanidosos y queremos expresar nuestras cosas a cada momento, muchas veces sin pensar si realmente al nuestro público le puede interesar.
En otro orden de cosas, hace poco hablamos en el blog sobre el marketing del lujo, con un par de post en el que citábamos algunos tips de interés sobre este segmento. Pura vanidad. En el lujo ser vanidoso quizás es una seña de identidad que delimita al segmento.
También, existe otro tipo de vanidad, esta vez una vanidad indirecta, suave, eficiente. Se trata de crear unicidad, de la que también hemos hablado mucho en este blog. Decir que eres «el más… del mundo» o «el menos… del mundo» o «la única que… del mundo» es también vanidoso.
Pero insisto, quizás esta sea una vanidad deseable, puesto que en el mensaje no se antepone el parámetro vanidad, sino la unicidad, aunque ello repercuta después indirectamente en lo otro.
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