Un dilema al que queramos o no nos enfrentamos cuando estamos en este mundo es este: contemplar la historia o hacer historia. Hemos venido al mundo a hacer historia, no lo dudes, aunque nos unimos a una historia ya creada, a un pasado ya vivido por nuestros antecesores.
Poco a poco vamos siendo conscientes de todo lo que sucede a nuestro alrededor (nuestro presente) y eso nos irá dando paso poco a poco a descubrir que hubo un pasado.
Empezamos a admirar a los grandes mitos de la humanidad, esos a los que debemos muchos avances, muchos inventos, muchas creaciones. Les idolatramos y quizás eso mismo sea una de las causas de que en cierta manera empecemos a acusar cierto complejo de inferioridad.
Pensamos, ¿cómo voy a ser yo ni siquiera mínimamente parecido a Leonardo Da Vinci o a Albert Einstein? Sin quererlo esto nos cohibe y no debería ser así, sino todo lo contrario, representando un estímulo para querer ser al menos tan buenos como ellos.
Contemplar las historias es muy OK, es necesario, es bonito y nos hace ser conscientes del mundo en el que vivimos y del mundo que nos rodea.
Hemos venido al mundo para hacer historia
Lo consigamos o no, nuestro deber debería ser hacer esa historia, al igual que otros la han hecho. Y hacerla no tiene por qué significar hacerte mundialmente famoso. Hacer historia significar intentar y arriesgar, dejar a un lado la conformidad y pretender dar pasos que te lleven a crear e innovar sin miedo alguno.
Es muy necesario y nuestra generación tiene un reto difícil, si, pero también tiene (como ya he insistido muchas veces en varios post anteriores) las mejores herramientas de la historia de la comunicación y la creatividad.
Tu talento se merece crear historia, piénsalo por favor. Para honrar a los que estuvieron antes, inspirar a quienes tenemos a nuestro lado y alentar a quienes ya vienen detrás de nosotros para seguir haciendo de este mundo algo increíble.
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