La Ley de Wilson es tan brutal como real: “Si no tienes suficiente información para comprender algo, lo inventas.” Lo peor es que lo haces sin darte cuenta. La mente odia los vacíos de información. Ante lo incierto, prefiere rellenar con hipótesis, con prejuicios, con interpretaciones creativas. En el contexto del marketing, esta ley simula a una bomba que puede estallar en cualquier momento. Porque si tú no explicas bien tu propuesta, el cliente lo hará por ti. Normalmente, lo hará mal.
La mente humana no tolera lo ambiguo. Cuando algo no está claro, lo completa como puede. Si tu mensaje no está bien estructurado, si tu branding es confuso o si tu producto tiene zonas grises, el consumidor rellenará esos huecos con suposiciones. Aquí es donde empiezan los problemas: expectativas erróneas, interpretaciones peligrosas, ideas preconcebidas que luego se vuelven en tu contra. Si no comunicas con precisión, estás dejando tu reputación en manos del azar.
Esta ley es especialmente peligrosa en entornos digitales. Cuando un usuario entra en tu web y no entiende claramente qué ofreces, su mente lo interpretará como le convenga. Si tu propuesta de valor no está en los primeros 5 segundos de atención, ya estás fuera. Si no dejas claro el por qué, el cómo y el para qué, la mente del cliente construirá su propia narrativa. Rara vez será la que tú querías.

La Ley de Wilson nos recuerda que cada silencio estratégico, cada ambigüedad, cada espacio no explicado… será rellenado
En un escenario de consumo lleno de información, la claridad se ha convertido en el principal diferenciador competitivo. Las marcas que mejor funcionan son las más comprensibles. Eso significa ser claros. Por eso el marketing actual es arquitectura de la atención, ingeniería de la comprensión.
Piensa en esto cuando lances una acción, cuando diseñes una landing, cuando publiques un post. ¿Estás dejando huecos? ¿Hay conceptos que se asumen sin explicar? ¿Tu cliente puede “inventarse” cosas sobre tu marca porque tú no las has contado bien? Cada pieza de comunicación debería blindar esos espacios, anticiparse a las suposiciones, guiar la interpretación. Porque si no lo haces tú, lo hará el consumidor. Ahí es cuando pierdes el control.
La solución es anticipar. Ser precisos, coherentes, repetitivos en lo esencial. La Ley de Wilson es una llamada a la responsabilidad comunicativa. Cada omisión se paga. Cada malentendido nace de un vacío. Si no lo llenas tú, alguien más lo hará con una versión menos favorable.
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