Gracias a mi buen amigo Emmanuel Cienmandragoras he aprendido una lección impresionante acerca del patrimonio publicitario: haz que tu publicidad sea memorable.
Cuando una marca trabaja para cualquier tipo de campaña, pensar que el resultado (que se va a presentar y representará el modo en el que dicha marca se va a comunicar con el público) pase a la historia es un modo muy diferente de afrontar este hito clave.
Normalmente, las empresas se dejan llevar por el ritmo convencional de los entornos competitivos que nos rodean en la actualidad y muchas veces plantear cualquier campaña de cualquier temporada no tiene el cariño necesario.
Y no solamente esto, si no que todavía es menos probable que una marca piense que la ejecución de su campaña pueda pasar a la posteridad como algo recordable, como hito atemporal, en definitiva como patrimonio.
Conocemos diversos tipos de patrimonio y este para mí es otro más a tener en cuenta, en este caso en el mundo de las empresas, del marketing, de la comunicación y de la publicidad.
Al igual que nos sentimos orgullosos cuando vemos un patrimonio cultural, por ejemplo un monumento, cualquier campaña ejecutada con todo el cariño y sentido del mundo puede llegar a ser con el tiempo un elemento nostálgico de aquello que hicimos y de lo que nos sentimos orgullosos cuando rescatamos su recuerdo.
Me gusta pensar, gracias a este planteamiento del que he aprendido mucho, que en las empresas puedan tener un espacio lleno de romanticismo en sus propias entrañas, un lugar que custodie esas joyas en las que se han invertido tiempo, recursos económicos, esfuerzos y creatividad para dar como resultado algo realmente transformador.
Bueno, si este alegato te ha inspirado y te ha removido ese interior que todos tenemos sería un lujazo ver que la próxima campaña de tu marca ha trascendido para llegar a convertirse en historia viva.
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