Hoy quiero hablaros sobre por qué tenemos tendencia a criticarlo todo. Es algo que forma parte de nuestra naturaleza como humanos. Somos así.
Criticar es lo más fácil del mundo: no necesitas esforzarte, solo opinar de forma gratuita. Para opinar, no solemos informarnos de verdad de aquello sobre lo que vamos a opinar y la gran mayoría de las veces decimos aquello que nos viene de forma instantánea a la mente.
Luego interfieren otros factores como nuestra identidad inconformista con todo en general o algunos de los conocidos pecados capitales, entre los que destaca sobremanera la envidia, la soberbia o la ira.
Criticar te hace aparentemente un experto instantáneo en algo, pero si no estás informado tu recorrido será tan corto que no podrás esquivar la meta del ridículo. Todos lo hemos hecho alguna vez, insisto, somos así.
A mayor intensidad de nuestra crítica, mayor impotencia interna sentimos hacia las capacidades de otras personas
Nos molesta que a los demás les vaya bien. La crítica significa infravaloración hacia nosotros mismos, pues nos enfocamos es intentar destruir lo hecho por los demás, en lugar de intentar enfocar cómo construir más y mejores cosas para nuestra propia identidad.
¿Y si la próxima vez que vayamos a hacerlo paramos un segundo y pensamos si nos estamos excediendo o que incluso la parte criticada ha hecho algo bien?
Una cosa hemos de tener clara: la crítica nunca es fuente de sabiduría. Podemos hacer una excepción si dicha crítica es conocida como crítica constructiva. En ese caso, puede ser de gran ayuda.
Pero no olvides que si aportas una crítica constructiva ésta ha de ser verdadera, sana y coherente, avisando de ello antes de emitirla, para que el receptor pueda saber que lo que va a escuchar tiene como objetivo aportarle alguna mejora concreta.
Dejemos las críticas maliciosas para los perdedores, los cobardes y quienes tienen demasiado tiempo libre, que los hay. Construir es de sabios.
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